1 de abril de 2017

Un recuerdo emocionado a la Librería de Eva



A la ida o a la vuelta, en relación con mi rumbo profesional cotidiano, paso a diario por la calle Torrecilla, alternativa, en un sentido u otro, a la de Cadenas de San Gregorio, la de los museos, una de las más apetecidas de Valladolid.

Pero la de Torrecilla me atrae, porque en ella impera el pequeño comercio, nutrido de establecimientos diversos que pugnan por sobrevivir en un mundo banalizador de franquicias y grandes superficies, ante las que reividican su existencia estas tiendas modestas, que coordinan estrategias para atraer a la clientela mediante el marchamo de identificación que el nombre de la calle procura.

En ese trayecto hace unos días cerró la librería de Eva. De la librera más sensible, afable y cultivada que he conocido. Muy a menudo me detenía en su escaparate, y a veces entraba para ver lo que tenía, para comprar alguna novedad o simplemente para charlar. Con qué celo, con qué cuidado, con qué solvencia mimaba sus libros y los transmitía al visitante. Era algo tímida, pero la timidez se desvanecía cuando alguna obra llamaba la atención del cliente, que Eva entendía como una invitación al descubrimiento del libro deseado.

De pronto, sin saberlo de antemano, la encontré a la puerta de la librería, con el escaparate cubierto por una cortina de papel que cegaba para siempre el espacio interior, donde hasta entonces los libros ejercían su reclamo.

- ¿Qué pasa? le dije.
- Cierro - me contestó- me jubilo. Esa fue la respuesta. No quise indagar más. Seria como nunca. Con la mirada ante el cristal.
- Lo siento. De veras. Somos muchos los que te echaremos de menos.
- Gracias.
- Gracias a tí, Eva
- Adiós
- Hasta siempre, librera. Me gusta lo que has dejado escrito como despedida, como legado de lo que para ti ha supuesto tu dedicación al libro. Lo voy a fotografíar y a difundir.
- Gracias


Cuántas lecciones extraemos de las pequeñas librerías. De los libreros cultos, entregados al oficio, verdaderos sabuesos a la búsqueda, al descubrimiento y a la transmisión sensible de lo que un libro signífica. El olor al papel, el silencio, el contacto del lector con ese universo de sorpresas sin límite. Un placer. La experiencia de Eva me ha recordado a Pepe, el de la Librería Relieve. Esta tarde he visitado a Miguel, en Sandoval, en la Plaza del Salvador. Jamás he comprado ni compraré libros en otro tipo de librerías.


Al día siguiente, desde la Casa del Sol y a mediodía, vi pasar a Eva de camino a Santa Clara con un trolley seguramente lleno de libros. No me atreví a saludarla, pero la contemplé hasta que se perdió en la mirada. Sentí admiración hacia esa persona. Espero volverla a ver algún día para hablar de libros. Su experiencia no tendrá precio.

Hoy he vuelto a pasar por la calle Torrecilla. Mañana y al otro... y al otro, lo haré también. Sin Eva ya no es la misma. Small is beautiful. ¿No les parece?

2 comentarios:

  1. Gracias, Fernando, me has dejado sin palabras. Por esto ha merecido la pena ser librera.

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  2. Son palabras sentidas, Eva. De verdad. Tu figura en aquella tienda, llena de color e inteligencia, es para mí - y supongo que para muchos - inolvidable. Junto a la Casa Zorrilla, al lado de los Museos, en el trayecto hacia la Universidad... allí estabas tú.

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