20 de febrero de 2017

La obsesión museográfica



DE PASEO POR ESPAÑA. Sí, señor, hasta el fondo, hasta el final, hasta el principio, hasta lo más profundo de las esencias y de la mismidad inquebrantables. Que nada entorpezca la puesta al descubierto de lo que nos identifica, muy superior y más rutilante que lo que singulariza al pueblo de al lado, y no digamos al que no se merece ni figurar en el mapa, de manía que nos tiene. La identidad - y, si no la hay, se inventa - es lo más importante, lo único que merece la pena, la que nos justifica para alumbrar los más disparatados desvaríos.
De ahí emana el inventario de festejos, improvisados o no, que entretienen a la muchachada y con la intencíón de deslumbrar al visitante, que va a saber lo que es bueno cuando nos visite.

¿Qué no viene nadie a visitar el museo donde se da cuenta de nuestras raíces, más o menos reales? ¿Que está vacío como un erial a pastos, que decían los mapas topográficos de antaño? Pues, peor para él. Pura envidia. Aunque menos mal que no se entera, porque de eso no se habla, de la pasta que nos ha supuesto construir tamaña "infraestructura" y cuyo mantenimiento evita que nuestro enteco peculio vaya a resolver necesidades que los de la cizaña de siempre consideran prioritarias. Todo sea por el patrimonio pseudopatrimonializado o, mejor dicho, impostado.

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