He seguido el acto de investidura del nuevo Presidente de la República italiana, Sergio Mattarella. Me he quedado con
una frase que me parece digna de ser subrayada: "Mi pensamiento está, por
encima de todo, en las dificultades y las esperanzas de los ciudadanos". Ahí se resume lo más digno de la política y lo más defendible precisamente
porque ha sido lo más vulnerado. El futuro de Europa pasa por la recuperación
de la confianza en la política y en quienes la ejercen, siempre que sean
capaces de merecerla. Sin duda eso va a requerir un gran esfuerzo y
una catarsis profunda en el seno de los responsables de la acción pública.
La
rabia acumulada, el malestar generalizado, el rechazo contundente tienen plena
justificación porque sólo a través de estas actitudes por parte de la ciudadanía
será posible orientar la política en la dirección que más necesitan los
ciudadanos incluso por encima de las diferencias tradicionales de clase y de
ideología: evitar el deterioro del Estado del Bienestar, cuya impronta en la
mentalidad de la sociedad europea es tan fuerte que la resistencia a que
desaparezca motiva ese repudio incontenible - sobre todo cuando se ven
desprovistos de ella - hacia quienes considera responsables del deterioro al
tiempo que decantan su respaldo a favor de los que basan esencialmente su
señuelo más en lo que rechazan que en lo que proponen.
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