No cabe la menor duda de que el nombramiento de Jean
Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea está fundamentado en la
presión de los grandes lobbys o grupos de intereses que pululan por los
despachos comunitarios en Bruselas y cuya fuerza ha acabado imponiéndose sin
ningún pudor y con la aquiescencia de la mayoría del Parlamento Europeo. Y lo
digo convencido y sin ninguna reserva. ¿Cómo es posible que la austeridad a que
se han visto y se ven sometidos los países del Sur coincida en el tiempo con la acentuación
de los privilegios fiscales en el seno de la Unión, que se dice integradora?
¿En qué han quedado la Carta Social Europea y los principios de la cohesión
económica, social y territorial preconizados desde el Acta Única en 1986? Todo es papel mojado cuando precisamente uno de los artífices de esa ruptura de la
solidaridad es el sujeto llamado a gobernar la Comisión en los próximos cinco
años.
En los últimos días han aflorado por doquier los corifeos que
lanzan alabanzas de la época de Durao Barroso, sin reparar en ningún momento en
la catástrofe que ha supuesto la complicidad de la Comisión con los otros
elementos de la troika en la política que ha destrozado la situación de los
trabajadores y de los sectores más vulnerables de la sociedad, mientras pasan
por alto lo que finalmente se ha descubierto, aunque todo el mundo lo sabía: el
escándalo que supone la existencia de paraísos fiscales en el propio espacio
comunitario, con el agravante de que el país donde solo se tributa por beneficios el 1% es el que durante años ha sido presidido por quien, sin mover
un dedo en pro de los países que ven desangrarse sus capacidades recaudadoras,
consiente y tolera tan ignominiosa vulneración de la solidaridad. La excelente labor llevada a cabo por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación ha permitido sacar a la luz una información esencial en este sentido. ¿Quién
sostiene, pues, el edificio fiscal de los Estados? Muy sencillo: los trabajadores
por cuenta ajena. De ellos dependen los ingresos del Estado, obligando al
endeudamiento y a la acentuación del déficit, cuya corrección recae sobre los
propios trabajadores y sus derechos.
Es el círculo vicioso en el que se apoya el agravamiento de las
desigualdades. ¿Cómo se puede presumir en estas condiciones de espacio
integrado y cohesionado? Sencillamente, el hecho de que ese tal Juncker ostente
la responsabilidad que ostenta es una indecencia. En otras palabras, el nuevo
presidente de la Comisión es un elemento demoledor para la supervivencia de la
propia Unión Europea tal y como creíamos que estaba concebida. Y de paso no
estaría de más que la cohorte de los economistas de cámara que respaldan las
políticas basadas en el austericidio social tuviera una brizna de principios
éticos para considerar el hecho que comento como un factor indisociable de la
crisis en vez de rendir pleitesía a los que sólo saben invocar la lógica de la
flexibilidad y de la competitividad a cualquier precio para afrontar el
desastre al que nos ha llevado el pensamiento único al servicio de los grupos
de intereses que gobiernan la Unión Europea. Sus grandes silencios en este sentido invalidan sus diagnósticos y sus recomendaciones.