23 de mayo de 2014

Mi última elección en aquella brumosa tarde de mayo



Una fuerte ventolera sacudía las ventanas de mi despacho cuando ayer por la tarde regresaba a ese espacio, donde he pasado tantas horas, tras depositar mi voto en las elecciones a Rector de la Universidad de Valladolid. Mientras ordenaba mis papeles antes de emprender el paseo cotidiano de vuelta a casa, tuve la sensación de que había vivido una experiencia irrepetible, que no se volvería a dar. Recordé durante unos instantes mi vida universitaria, que empezó allá por los años setenta del siglo XX, para tomar conciencia de que era ya la última vez en que participaba en una elección al rectorado. Me he alejado definitivamente de esas urnas que tanto han significado para mí. Nunca más volveré a hacerlo, ya que dentro de cuatro años mi situación administrativa será bien distinta. Me vinieron entonces a la mente las numerosas ocasiones en que esos actos han formado parte de mi vida, y a veces con gran intensidad.

Siempre he votado, he participado en ocasiones de forma activa y me he tomado muy en serio cuanto rodea a un proceso de tanta trascendencia: candidaturas, debates, reflexiones, polémicas en el claustro, esperanzas, alegrías, decepciones.. de todo ha habido en esa larga singladura, cuyas anécdotas bien darían para un escrito novelado. He visto cambiar la Universidad, suceder mil y una anécdotas, y apreciar desde dentro el panorama de posibilidades y contradicciones que encierra. Desde la primera elección democrática en febrero 1982 hasta la de ayer, en mayo de 2014, han transcurrido treinta y dos años repletos de sucesos y de transformaciones. De ilusiones, esperanzas y también de alguna que otra decepción. Lo normal en un mundo de gran heterogeneidad y en una época donde todas las experiencias han sido posibles. 

Seis rectores la han gobernado desde entonces. El balance es muy desigual, como ocurre cuando se trata de una institución tan compleja, sometida a vicisitudes de todo tipo, repleta de inercias y marcada también por un caudal de esfuerzos que han de ser valorado como se merece, sin olvidar tampoco las características personales de sus gobernantes. Con sus luces y sus sombras, el proceso no ha hecho si no reafirmar mi confianza en la Universidad Pública, para identificarme con ella y a luchar porque su prestigio no se vea lesionado. En ese empeño me mantendré mientras pueda, deseando lo mejor al nuevo rector - al séptimo - y su equipo ya que de su buen hacer, de su capacidad, de sus decisiones y de sus resultados depende en buena medida el que la Universidad de Valladolid responda a los objetivos que la sociedad la encomienda y requiere. Decisivos siempre, en los tiempos que corren son aún más ambiciosos y esenciales.


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