17 de noviembre de 2013

Espacios transfomados (18): la soledad sonora del espacio público



La otoñada se cierne sobre el espacio público más frecuentado y apetecido. No es fácil ni usual encontrarlo vacío, sumido en el silencio, en el sosiego total de la mañana festiva, cuando el sonido habitual de las conversaciones y las pisadas, que justifican su razón de ser en la atracción que ejerce la Biblioteca Pública, es sustituido por el tenue rumor de la hojarasca que encuentra fácil acomodo en la plaza sin que nadie perturbe su pausada libertad de movimientos, al socaire de la brisa mañanera. De pronto el paseante, acostumbrado a contemplar ese lugar a diario y a sentirse confortado con la percepción de que se trata de un espacio de encuentro siempre cambiante y con el que se siente identificado, detiene por un momento sus pasos, con el diario y el pan en ristre, para contemplar el sinfín de detalles y matices que en las vivencias cotidianas, y desvaídos por el tumulto, pasan desatendidos y que ahora, en el escenario de la quietud, cobran un valor inestimable por excepcional. No le invade la melancolía que, según dicen, motiva el espectáculo otoñal, sino la sensación de que la vida sigue, de que los ciclos del año cumplen puntualmente su función, mientras modifican los colores del paisaje sin alterar un ápice, empero, la esencia misma de ese espacio público de relación que se mantiene incólume.

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