23 de mayo de 2013

La defensa de la investigación por la Conferencia de Rectores




Que la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas se movilice en torno a una reivindicación que asume de forma unánime no es empresa fácil. Mucha trascendencia ha de tener la idea motivadora para que las diferencias queden aparcadas en aras de la contundencia de la actitud manifestada. Y, desde luego, trascendencia tiene algo tan preocupante como la situación de asfixia, deterioro y marginación a que se ve sometida la investigación científica en España. No es solo un problema; es una tragedia, que amenaza con convertir al país en la tierra del futuro banal, mediocre, sombrío, por más que luzca el sol y surjan en el horizonte, tanto en el entorno de las grandes ciudades del interior como en la costa atiborrada, las construcciones dedicadas al juego, al ocio, a la gastronomía o a la tauromaquia. Sus usuarios (habrá que ver con qué medios se lo permiten), se moverán a sus anchas entre tanto cachondeo, mientras los científicos se sumergen en sus espacios de precariedad y los jóvenes con talento parten presurosos allende las fronteras donde encontrarán los únicos lugares en los que, huyendo del desguace, poder desplegar sus inquietudes y demostrar lo lejos que se sienten del país en el que hubieran deseado aportar lo mucho de lo que son capaces y que ahora les abandona a su suerte. 

Cómo desearía no tratar este tipo de cuestiones. Pero, cuando se observa la deriva a que está sometida España, en esa especie de regreso al pasado y a lo retrógrado en el que el futuro no ofrece esperanzas alentadoras, y cuando la juventud está sumida en la desesperanza cuesta mucho evadirse de panorama tan desolador. ¿Alguien podría señalar una idea, un hecho, un aspecto, que en estos momentos merezca en España una valoración positiva desde la perspectiva de la acción política?  

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