2 de febrero de 2013

¿No somos tanto como creíamos?




Tantos esfuerzos, tantos sacrificios, tanta transición modélica, tanto orgullo nacional para acabar en esto. La mayoría ha luchado durante años por una imagen digna, prestigiosa y cohesionada del país, muchos nos hemos empeñado, con mayor o menor fortuna, en hacer que nuestro trabajo no fuese banal sino valorado por los propios, útil para el prestigio del espacio que nos acoge y reconocido allende las fronteras, sin otro propósito que el de demostrar que en España también las cosas se hacen bien. Estábamos convencidos de que formábamos parte de una sociedad madura, evolucionada,  consciente de su realidad, que ha aprendido las lecciones de la historia y que se afana por construir un futuro en el que, al fin, queden superados los traumas que lamentablemente nos han hecho diferentes y singulares durante demasiado tiempo. 

Creíamos haber avanzado y estábamos convencidos de que en esta Europa de mercadeos y zancadillas, pero también de exigencias y autoexigencias mutuas, se nos respetaba. ¿Dónde estamos ahora? ¿En qué situación nos encontramos? ¿Cómo responder a las numerosas preguntas que sin duda nos harán esos amigos y colegas extranjeros que de cuando en cuando se interesan por España, a la vista de lo que está sucediendo, día tras día, sin alivio ni reposo?  La respuesta no puede ser otra que la que deje bien claro que la sociedad y el poder transcurren por derroteros divergentes. Poco a poco, como un magma de lava viscosa e imparable, el descrédito se apodera de una parte nada desdeñable de quienes ostentan la capacidad de decidir, mientras el país se cubre de erosiones que lo deterioran y debilitan. 

¿Serán contenidas y eliminadas alguna vez cuando quienes se ven inmersos en ellas se empeñan impúdicamente en eludirlas amparándose en la complicidad que asegura la "omertá", el código del silencio cómplice, la negación por sistema de lo evidente, las preguntas sin respuestas, las incógnitas sin despejar, la confusión deliberada para obstruir las explicaciones requeridas? El escepticismo se apodera de la ciudadanía, con tanta fuerza como lo hacen la indignación y la repulsa. Se impone la sensación de encontrarnos cada vez más en la Sicilia profunda, observando comportamientos mafiosos, en la política o en las empresas, que dejarían pálidos a los vecinos de Palermo o Taormina, asombrados ante la lentitud y lenidad de los procesos que llevarían a confiar en la justicia. Pero estamos en España, y, aunque avergonzados, tenemos la conciencia firme de que la corrupción que quiebra las estructuras mismas del Estado, a su máximo nivel, no impedirá, además de la protesta y el rechazo sin paliativos, seguir reivindicando esa dignidad que, sin menoscabar la confianza en cuantos dignamente se dedican a la política (y que los hay), nos quieren arrebatar como pueblo y como sociedad digna de mejor suerte.

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