29 de agosto de 2011

¿Dónde están los profesores de enseñanza primaria y secundaria? ¿Qué confianza inspiran?

IES Zorrilla, en Valladolid

Se está dando mucha y reiterada resonancia a la clasificación llevada a cabo por Metroscopia en su Barómetro Continuo de Confianza Ciudadana, que ordena, mediante un índice derivado de sondeos, el grado de respeto, reconocimiento y, en definitiva, de confianza que a los ciudadanos españoles inspiran las instituciones y los grupos profesionales que configuran la trama en la que se basa el funcionamiento del país. La lista es prolija e incluye nada menos que 41 referencias que, ordenadas gradualmente, ponen al descubierto las luces, las sombras y, en cualquier caso, las percepciones que la sociedad tiene de un mundo complejo donde no todos los que lo componen merecen la misma consideración. Un simple vistazo a la serie lo revela claramente, para llegar a conclusiones más que llamativas.

Sin embargo, clama la atención el hecho de que en esa secuencia jerarquizada, cuyos lugares cimeros los ocupan las profesiones relacionadas con la ciencia, la sanidad y la educación, no figure una categoría profesional que, desde la perspectiva de la realidad social y en mi opinión, posee una enorme relevancia. Se trata del conjunto formado por los profesores que dedican sus desvelos a la formación de la infancia y la juventud en los niveles que convencionalmente identificamos con la Enseñanza Primaria y la Enseñanza Secundaria, es decir, con los estadios previos a la Universidad, que, en cambio, sí figura en la relación. Sorprende esa omisión y no tanto por el número significativo de cuantos las representan en la estructura socio-profesional como por la labor que realizan. No creo que nadie cuestione la importancia decisiva que este profesorado tiene en la educación de una sociedad, referida en este caso a las edades más críticas, complicadas y azarosas en el desarrollo del proceso formativo.

Se corresponden con una etapa crucial en la vida de las personas, cuando el carácter y la personalidad se fraguan en un entorno en el que la presencia del profesor, del buen profesor, resulta esencial, hasta el punto de que con frecuencia del buen o mal hacer de su tarea dependen el éxito o el fracaso de una experiencia vital y del tránsito a la vida laboral y a la madurez. ¿Quién no tiene, entre los recuerdos más lustrosos de la vida, el que le proporciona la imagen del maestro o del docente que tanto contribuyó al descubrimiento de conceptos o de hechos que le marcaron de por vida y de los que no se desprenderá jamás? Más aún, no es infrecuente que muchos alumnos, pasados los años, evoquen con más afecto y reconocimiento el legado transmitido por quien veló los primeros pasos de su trayectoria educativa en la escuela o en el Instituto que el que más tarde les dejaría el docente universitario, cuya imagen queda a menudo desvaída frente a la de aquél.

Podría extenderme más sobre el papel de este profesorado, por lo que me resulta incomprensible que, cuando se trata de valorar el lugar que le corresponde entre las instancias de relieve en la vida del país, quede ignorado como un grupo específico, digno de ser valorado como tal, ya que me sorprendería que sus miembros estuviesen incluidos en el magma informe del funcionariado.


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