24 de febrero de 2011

De nuevo, el Mediterráneo

Las maravillosas costas del Mediterráneo. He aquí un sector de la de Grecia


De Ampurias a Gaza, de Marsella a Alejandría, de Tobruk a Génova, de Algeciras a Estambul (¿cómo no recordar en esta ocasión la, para muchos y para mí, mejor canción de Joan Manuel Serrat?)... infinidad de puntos de referencia, de lugares sonoros en la memoria colectiva del mundo, emergen en la mente cuando se trata de enlazar, en una trama de posibilidades trasiegos infinitos, los archiconocidos límites del mundo mediterráneo. Soy de la tierra adentro, pero pocos recuerdos tan gratos como los que me trae la evocación de ese mar de perfiles sinuosos y nítidos a la par, que tantos matices aporta a quien lo divisa desde cualquiera de sus orillas para, enriquecido con la variedad de horizontes, llegar a la conclusión de que todos forman parte de un mismo espacio: del inmenso y a la vez recoleto escenario donde la Historia no ha cesado de transformarse a medida que lo hacían la cultura, la economía y sus sociedades. El Mare Nostrum nunca ha perdido actualidad, siempre se ha mostrado como un ámbito alerta y vigilante porque cuanto sucedía en sus orillas ha marcado con letras imperecedoras algunas de las páginas más sorprendentes de la trayectoria de las civilizaciones. Somos deudores del Mediterráneo, de cuanto nos ha ofrecido y de cuanto nos ha hecho vivir, en medio de un panorama repleto de conflictos, de tensiones, de confrontación, pero también de sensibilidades de las que jamás podremos desprendernos.



Sin embargo, pese a la historia compartida y a las experiencias que unen al amparo de las movilidades trabadas - precisamente porque la sensación de pertenencia a un espacio común induce a ello - el Mediterráneo constituye también la expresión de una fractura que no ha cesado de agravarse a través del tiempo hasta hacerse, hoy, insondable. Las dos orillas se miran entre sí pero no lo hacen con la misma sensación de interdependencia y voluntad de comprensión y encuentro. El Norte ha contemplado el Sur con otra perspectiva, tradicionalmente protagonizada por Francia que ha asumido altivamente la dirección del modelo de relaciones que unen a la Europa desarrollada con el Norte de África. Todos los demás países han ido a la zaga del compás marcado por el país de la “grandeur”, el país en cuya plaza más emblemática - la de La Concorde, de París - , se yergue el otro obelisco de Luxor y que impone las reglas de control y supervisión hacia los territorios del Magreb, que considera bajo su protección, a modo de gran patio trasero. De nada sirvió la Conferencia de Barcelona (1995) (y la Asociación Euromediterránea derivada de ella), que en la capital catalana trató de sentar las bases de un nuevo modelo de relaciones y de convivencia basados en algo más que en el tratamiento neocolonial de las cuestiones que justifican la pervivencia de tales vínculos y el sentido que se les otorga. Llegó después la propuesta de la Unión Euromediterránea, propugnada por Francia en defensa de sus intereses, y el puente tan costosamente levantado se vino abajo.


Nunca ha sido el Mediterráneo un espacio definitivamente tranquilizado. La tragedia atroz de Gaza, la inestabilidad del Líbano, la fractura de Chipre, el desmoronamiento de Yugoslavia, la anomalía de Gibraltar... un sinfín de puntos de fricción, de convulsiones sin cuento, que se han sucedido en el tiempo y que aún perviven como demostración fidedigna de las dificultades que impiden fraguar un ámbito de equilibrios, de respetos y de coexistencia normalizado en la diversidad. De nuevo el Mediterráneo demuestra lo mucho que queda por hacer a favor de esta causa justificada. Empezó en Túnez, siguió en Egipto, amenaza Argelia y Marruecos... mientras en Libia ofrece su imagen más dramática y desesperanzada. Para sorpresa de casi todos, las sociedades árabes han demostrado que también ansían ser libres.


Muchos en Bruselas se rasgan las vestiduras por lo que está sucediendo, sin explicarse porqué sucede, mientras los balbuceos incoherentes de Ashton, las simplezas del inefable Barroso o los silencios clamorosos de Von Rompuy revelan su condición de paradigmas de la incompetencia o la necedad en política exterior. Atónitos ante el espectáculo, sólo se oye la voz de la Casa Blanca llamar a las cosas por su nombre. Parece mentira, paisanos de la Europa reconfortada, que, con lo que ha llovido y con la que está cayendo, sigáis sin tener ni puta idea de lo que es el Mediterráneo.

20 de febrero de 2011

España, ¿puerta de entrada de China en Europa?


Don José Blanco López, ministro español de Fomento, en la inauguración del mayor parque empresarial chino en Europa. En Fuenlabrada (Madrid) (17 de febrero de 2011)

Más que por simple curiosidad, creo que es interesante profundizar en el conocimiento de un tema del que se está hablando mucho pero cuya dimensión es aún poco conocida, aunque de su trascendencia, hoy y hacia el futuro, no cabe duda. Tras haber publicado en la prensa un artículo sobre lo que, a mi juicio, representa actualmente el modelo chino en el mundo, el seguimiento de la cuestión lleva a pensar que la estrategia de proyección de la República Popular China está ampliando su campo de influencia mucho más allá del que, hasta ahora, estaba esencialmente circunscrito al Africa subsahariana (sobre todo) y Latinoamérica. La Unión Europa se halla en estos momentos, y de manera creciente, en el punto de mira de los estrategas que desde los grandes centros de negocios de Shangai y HongKong, debidamente arropados por las autoridades de Pekín, defienden sus intereses en la economía globalizada, a sabiendas de que en ningún lugar van a encontrar obstáculos ni incomodidades que lo impidan.


Ya no se trata sólo del sinfín de establecimientos de mercancías abigarradas y baratas que proliferan como hongos en nuestras ciudades, permanentemente abiertos y en competencia feroz con las pequeñas tiendas de toda la vida que desfallecen ante los precios de lo que viene de China sin pararse en la calidad de lo que se compra. Ya no es sólo la percepción de esa comunidad de ciudadanos, de vida discretísima y desconocida, que brinda su cocina sorprendente a quienes esos platos agradan, y que jamás se dejan notar en el espacio público, donde pasan totalmente desapercibidos ya que tampoco lo frecuentan.

Ahora, en cambio, su presencia es a lo grande, y no ha hecho más que empezar, pues nada tan ansiado por parte de los anfitriones europeos como el papel de salvadores de la crisis que los chinos con poder económico se arrogan, ofreciéndose a comprar “deuda soberana”, conscientes de que los europeos siempre la acaban pagando, al tiempo que se muestran agradecidos de que les hayan salvado de la descalificación de los mercados y no pongan reparos en que su margen de acción se amplíe. Y es que precisamente de eso trata: de proyectar sus productos y su implantación empresarial en el poderoso ámbito del euro, para de esa forma aprovechar la solidez de la economía europea como garantía y en beneficio de su estrategia de proyección global, al amparo de la extraordinaria competitividad que permiten el valor de su moneda y la estructura de sus costes de producción.

Convertido el mercado europeo de la deuda en el mecanismo de penetración inicial, para de ese modo asegurar una fuerte presencia financiera, el paso siguiente consiste en diversificar sus intervenciones, aprovechando las impresionantes reservas de cambio disponibles, cuya cuantía se elevaba -a finales de 2010 - a los 2,65 billones de dólares ¡ (NYT, 2011). Nada tienen de extraño, pues, las palabras del portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores cihino, Jiang Yu, cuando el pasado 23 de diciembre señaló: “Estamos preparados para ayudar a los países de la zona euro a superar la crisis financiera y a ayudarles a su recuperación económica. En el futuro, Europa será uno de nuestros principales mercados para invertir nuestras reservas de cambio”. Pocos días después, el 3 de enero, Li Keqiang publicaba en la prensa española (“Trabajemos de la mano”) que “el gobierno chino está dispuesto a participar en las futuras emisiones de deuda soberana de España”, y lo hacia pocas horas antes de la visita oficial del viceprimer ministro de la RPC al Sr. Rodríguez Zapatero. El alivio llegó de inmediato, como recordarán, y desde entonces la amistad con China es ya inquebrantable.

Una amistad, sin embargo, fraguada sobre intereses mutuos. Si de lo que se trata es de encontrar un medio de penetrar en los mercados europeos evitando la quiebra de Estados con problemas de solvencia, los vinculos están más que garantizados. Lo demuestra la potencia alcanzada por los grandes grupos empresariales que desde comienzos de la década operan en España con tanta fuerza internacional como limitada relevancia en la contratación de mano de obra local. Señalemos únicamente, a modo de muestras significativas, el caso de Huawei España presente en el país desde 2001 y definitivamente consolidada en 2004, cuando afianza su presencia en el mercado tecnológica de las telecomunicaciones tras poner en marcha su centro de asistencia técnica para el conjunto de habla hispana y con sede en el Parque Tecnológico de Andalucía, en Málaga. También conviene destacar el aumento de la participación del grupo Hutchison Whampoa en Terminal Catalunya (Tercat), responsable de la nueva terminal de contenedores del muelle Prat del Puerto de Barcelona, o la instalación en el Paseo de la Castellana de Madrid del banco más grande del mundo, el Industrial and Comercial Bank of China (ICBC), que ha iniciado sus actividades el 24 de enero.

¿Y cómo no aludir, en fin, a la ambiciosa operación de Fuenlabrada, en el área metropolitana de Madrid? Pues, sí, el 17 de febrero el Ministro de Fomento de España, Sr. Blanco López, asistió a la inauguración del mayor proyecto empresarial chino en Europa, conocido con el nombre de 'Plaza de Oriente'. En su primera fase prevé la construcción de un polígono de 80 naves para usos logísticos y comerciales, a los que se unirán, en la segunda, varios centros comerciales y un hotel hasta ocupar una superficie total de 40.000 metros cuadrados, con una inversión de 63,9 millones de euros. La expresiones utilizadas por el Sr. Blanco no pudieron ser más laudatorias: “China, dijo, ya no es sólo la fábrica del mundo, sino que es también y lo será el mercado del mundo. Por eso es una oportunidad para España y España tiene que ser una oportunidad para China”. De momento, que yo sepa, nada así se ha dicho por los gobiernos de Alemania, Francia o el Reino Unido. ¿Cuestión de tiempo? ¿Cuestión de orgullo? ¿Cuestión de solidez? Ya veremos.

Nadie habló del disidente al que se impidió asistir a Oslo para recibir el Premio Nobel de la Paz. Nadie habló de derechos humanos. Nadie habló de los problemas del mundo. Todo fue un gran brindis en reconocimiento a lo mucho que se espera del amigo chino, del país comunista que va a salvar el capitalismo. De la nación que se ha convertido en el oxímoron perfecto, como ya lo he denominado en otra ocasión.


17 de febrero de 2011

El pensamiento crítico... libre, pero ignorado


Acabo de leer “Postguerra” (Taurus, 2010), el monumental libro de Tony Judt, que analiza la historia de Europa desde la Segunda Guerra Mundial hasta finales del siglo XX. Mucho podría decirse de esa obra, que constituye un sorprendente ejercicio de autocrítica, de desmenuzamiento sin concesiones de una historia repleta de sucesos aún desconocidos y de valoración detallada de lo que ha significado el proceso de reconfiguración europea para sus propios ciudadanos y para el mundo, pero me centraré de momento en un aspecto que me ha llamado bastante la atención. Me refiero a la importancia que a lo largo de buena parte del período estudiado se ha concedido al intelectual como referencia a tener en cuenta o, en todo caso, como destinatario de los reconocimientos o de los vapuleos que suscitaban sus opiniones por parte de la clase política, ya estuviese en el poder o en la oposición.

Las reflexiones de pensadores como Sartre, Camus, Huxley, Ortega, Gramsci, Malraux, Habermas, Bobbio, Rawls, Berlin... y tantos otros, todos ellos de primer nivel, no dejaban indiferentes a quienes se ocupaban de la cosa pública. Sus escritos se leían, se citaban, no había reparo en admitir la incidencia de sus observaciones en el discurso que después se transmitía en los Parlamentos, donde eran citados y con frecuencia reconocidos. Para bien o para mal, mas nunca olvidados, porque se entendía que lo que decían les podía ayudar. Una especie de vínculo valorativo se establecía entre ambos. Hubo incluso políticos relevantes que no dudaban en señalar lo mucho que les habían influido desde las modestas tribunas donde quienes con espíritu crítico llamaban la atención sobre lo que se estaba haciendo y cómo se estaba haciendo, sin obtener, salvo contadísimas excepciones, otra satisfacción que la de sentirse tenidos en cuenta.

Nada de eso ocurre hoy. Le falta quizá a Judt explicar, con la precisión con que lo hace en el conjunto del libro que comento, las razones que han llevado a la política a alejarse de los clamores provenientes de la intelectualidad crítica, hasta culminar en el desencuentro. No es que se haya producido un divorcio, sino simplemente el despliegue de una evolución por derroteros diferentes, cada vez más distanciados. Obviamente aludo al pensamiento de denuncia, al razonamiento incómodo e incorfomista que reclama una visión distinta de las cosas y la adopción de decisiones concebidas y planteadas de otra manera. El interés por la reflexión contraria o discrepante se ha desvanecido quizá en un proceso sin retorno, que posiblemente no se restablecerá nunca (o en muchísimo tiempo). Bien es cierto, sin embargo, que tampoco es un pensamiento perseguido, no hay en el poder afán alguno porque desaparezca, sencillamente porque acaba siendo subsumido en el magma de la opinión controvertida que el propio paso del tiempo se encarga de diluir. Es un pensamiento libre, pero sus perspectivas y posibilidades de incidencia se muestran cada vez más limitadas. ¿Alguien ha oído en los debates parlamentarios, sean del nivel que sean, arropar las argumentaciones con opiniones solventes extraídas de las ideas sustentadas en el rigor?


Prima, en suma, la indiferencia frente al hostigamiento, el desdén frente a la animosidad. Qué mas da. Se entiende que sus reflexiones no hacen daño, entre otras razones, porque la consistencia del pensamiento crítico riguroso aparece en nuestros días desvaída ante el apogeo adquirido por sus dos principales neutralizadores: el ensordecedor ruido mediático, que todo lo envuelve para tensionar el ambiente mediante un lenguaje tan elemental como corrosivo, del que muy pocos se escapan, pues la mayoría recurre al insulto, a la mentira y a la vulgaridad, aprovechando las zahúrdas de la TDT; y el pensamiento dócil, sumiso, el que se fragua en la cohorte de los “intelectuales” a sueldo, cuya función no es otra que la de avalar, con argumentos precocinados, lo que se hace desde el poder, ofreciendo gato por libre sin que la mayor parte de quienes los leen o escuchan reparen en ello.


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