27 de enero de 2010

Los jóvenes y la cultura: ¿una relación en crisis?



¿Qué está ocurriendo con la cultura para que el futuro de la cultura suscite tanta preocupación? Quizá el problema pase desapercibido hasta que alguien lo advierte y lo pone en circulación como reacción casi instintiva ante un hecho que no se puede dejar de lado. Es un tema necesitado de un debate, pues no es posible eludir su trascendencia. La cuestión está en ver qué hay de verdad o de mera sospecha en las alarmas que de cuando en cuando se lanzan en los medios o en los foros de debate sobre el desinterés de los jóvenes por manifestaciones o formas de expresión cultural esenciales para el desarrollo intelectual de la persona.

Los datos no dejan de ser sorprendentes. Según el Ministerio de Cultura, menos de la tercera parte de los jóvenes españoles entre los 18 y los 30 años encuentra en la lectura un motivo de satisfacción capaz de motivarles el encuentro con al menos un libro al año. Tampoco es habitual ver gente de esta edad en los teatros o en los cines con cierta regularidad. Sólo cuando de espectaculares ofertas cinematográficas se trata es posible detectar un aumento de la demanda, que es normalmente muy esporádica. A modo de ejemplo, baste señalar que en la Semana Internacional de Cine de Valladolid, según muestreos realizados al efecto, apenas el 20 % de los asistentes han alcanzado la tercera década de su vida. Con los conciertos de música clásica o con la ópera ocurre más o menos lo mismo, por mucho que haya jóvenes que, como nuestro compañero de blogosfera, el admirable y bondadoso Javier Sanz, se apasionen con el tema y sepan lo que no está escrito.
¿Y qué decir del arte, quintaesencia también de la cultura imperecedera? No ha mucho Vicente Verdú se escandalizaba al comprobar que los jóvenes tampoco se dejan ver con la frecuencia deseable en las exposiciones de arte, y particularmente de pintura. “Los jóvenes pasaban y no entraban, miraban y pasaban” escribe a propósito de su experiencia durante la visita a la exposición Impresionismo en la fundación Mapfre de Madrid, donde en la larga cola en la que estuvo “no había a la espera una sola persona menor de 30 años”.
¿Qué está ocurriendo realmente con las inquietudes culturales de la gente joven? ¿Tan potente es el atractivo de lo audiovisual, de lo efímeramente satisfactorio, de lo impactante en un momento dado y que al poco se volatiliza sin dejar apenas rastro en el recuerdo que cualquier otro hábito diferente se antoja disuasorio más por tedioso que por menospreciado?
Es muy probable que el sentido del tiempo haya experimentado tal modificación en los jóvenes que hace perder atractivo a lo que requiere de consumo de tiempo y esfuerzo para ser asumido. También puede ser que la educación recibida no haya sabido transmitir las pautas de formación capaces de generar esas sensibilidades para las que no es incompatible el disfrute de las fuentes clásicas de aprendizaje cultural con el que a la vez suministran las aportaciones derivadas de las nuevas tecnologías.
Sin duda los docentes entusiastas y familiarizados con la enseñanza de la literatura o del arte - y ahí tenemos a Fuensanta Clares, a Yolanda, a Luis Antonio o a Miguel para ilustrarnos - podrán hacer diagnósticos más convincentes sobre lo que verdaderamente pasa, aunque tampoco cabría invalidar la afirmación del propio Verdú cuando en su artículo señala que “definitivamente, el mundo no regresará a la despaciosa lectura bajo la luz de gas, ni a los conciertos de cámara, ni a El castillo, de Kafka. La cultura es lo que es y no son ellos, los adolescentes y jóvenes adultos, quienes se están ahorcando en su posible ignorancia, sino los adultos quienes, rezagados, vagan como zombis entre la melancolía de la desaparición”. ¿Melancolía? ¿El hecho de observar un entorno diferente nos lleva a ser necesariamente melancólicos cuando la reacción adoptada no es sino reflejo de un interés y de una preocupación plenamente justificados?

22 de enero de 2010

Cuando la codicia y la mediocridad destrozan valiosos patrimonios culturales

Busto del escritor Camilo J. Cela en la Fundación que lleva su nombre en Iria Flavia (Coruña)


Admiré mucho a Camilo José Cela en mi juventud, sobre todo tras leer obras como La colmena o La familia de Pascual Duarte (no valoro tanto la tan mitificada Viaje a la Alcarria), que me sirvieron para descubrir aspectos ignorados para mi de la realidad española y cuyo estilo incluso llegó a influirme en algún momento cuando abrigué pretensiones, finalmente fallidas, de orientar mi vida hacia la Literatura. La trayectoria posterior de ese escritor , y pese a conseguir el Premio Nobel en 1989, dejó de interesarme porque ni su imagen, ni sus ínfulas ni sus obras tenían ya la enjundia y el atractivo que las que le dieron merecido prestigio en los años en que Cela dio a conocer lo mejor de sí mismo.

Me apena, sin embargo, que la Fundación que creó en Iria Flavia haya acabado como “el rosario de la aurora”. La sensación de abandono, desolación y tristeza se impone a la vista de ese impresionante legado, del que todo el mundo parece desentenderse, falto de apoyos externos, que se han retirando ante las perspectivas de una pésima gestión. Su director gerente, un hombre sencillo y que hace lo que puede, trata de salvar la imagen, pero ésta se encuentra ya plenamente arrumbada por la incompetencia, los recelos y la insensibilidad de la segunda esposa de Cela, llamada Marina Castaño, que ha unido en su persona la ineptitud con la codicia, para finalmente dejar por los suelos la memoria del escritor coruñés. Hoy implora ante la Xunta de Galicia una ayuda para apuntalar la ruina, aunque esa institución desconfía de esos ruegos, que encubren el desastre ocasionado, mientras se plantea recuperar ese patrimonio para integrarlo en la Ciudad de la Cultura instalada en Santiago de Compostela, lo que supondría la extinción de la Fundación.

El balance obtenido por la Sra. Castaño no puede ser más demoledor. Baste señalar que, al fallecer Cela, el escritor se encontraba en la indigencia técnica, al no poseer bien alguno a su nombre ni ser el titular de sus obras. El matrimonio Castaño-Cela habia efectuado el traspaso de esos haberes, mediante sinuosas operaciones de “ingenieria mercantil” a sociedades gestoras creadas ex profeso para colocar a Cela en la insolvencia frente a las reclamaciones justificadas de su único heredero, Camilo José Cela Conde, hijo del escritor y excelente profesor en la Universidad de las Islas Baleares.

De momento la justicia ha puesto en evidencia las artimañas de Castaño, uno de los ejemplos más lamentables de avaricia e insensibilidad observados en la cultura española. El Juzgado nº 40 de Madrid ha determinado que el escritor perjudicó los derechos legítimos de su hijo y que debe ser compensado con cinco millones de euros, de los cuales la Fundación debe aportar una parte (1,8 M) y el resto la trama en la que durante años se ha apoyado Marina Castaño para eludir los derechos del hijo de Cela, es decir, ella misma y las sociedades creadas para transferir a su favor ese patrimonio. ¿Lo entienden, no?. "La avaricia rompe el saco", dice el viejo refrán. En este caso, las alforjas henchidas han estallado por la codicia indisimulada de una mujer que ha hundido la imagen de Cela y que ocasiona una pena inmensa cuando se visita la Fundación que reune el inmenso legado del escritor y que hoy parece estar abandonada a su suerte. 


Finalmente, y arrumbadas las maniobras dilatorias de Castaño,  la justicia ha hecho justicia y ha dado la razón a Cela Conde. La resolución - de 4 de junio de 2012 - es meticulosa y satisface comprobar el cuidado que algunos jueces ponen en desenredar madejas inextricables, una auténtica "colmena financiera", como se la ha calificado. Pero la cuestión parecía tan evidente que hubiera sido inconcebible otra salida. Enhorabuena al profesor de Literatura de la Universidad de las Islas Baleares. Se lo merece y que lo disfrute en compañía de su familia. 

16 de enero de 2010

La utilización perversa de las identidades



Confieso que nunca he logrado entender eso de las identidades colectivas. Es más, es un debate tedioso y repleto de lugares comunes, que siempre evito por higiene mental . De ahí que considere un disparate, con ribetes de aberración, la pretensión del tan hiperactivo como banal Nicolas Sarkozy de encontrar a fortiori la pátina de la identidad francesa, a la que deberán acomodarse cuantos habitan en el pais que ha tenido en la pluralidad de sus gentes una de sus características más valoradas.
Comprendo y justifico, en cambio, las individuales, porque la persona sí reviste rasgos que la identifican y diferencian, pero a nivel global las sociedades formadas por individuos múltiples se avienen mal con las simplificaciones de que adolecen las fórmulas identitarias, que difícilmente pueden representar, si no se matiza bien, a un grupo culturalmente heterogéneo. Que existen aspectos que definen una cultura asumida por la mayoría y que hay que respetar, cuando a su vez respetan al diferente, es algo obvio, pero de ahí a convertir esos rasgos en factor de exclusión media un abismo considerable.

La defensa acérrima y cerril de la identidad colectiva lleva en ocasiones a extremos de depravación que conviene denunciar. En el Ayuntamiento de Vic, en la provincia de Barcelona, ejerce como concejal un tal Josep Anglada, que dirige un partido denominado Plataforma per Catalunya, que en las últimas elecciones municipales obtuvo el 19 % de los votos en esa ciudad. Lo define como “un partido populista-identitario, creado para procurar un mejor control de la inmigración y más seguridad ciudadana”. Su referencia política más admirada sigue siendo Jörg Haider, el dirigente ultraderechista austriaco que tanto dio que hablar hace años como expresión del rechazo, con fuertes connotaciones racistas, hacia todo lo que proviniera de fuera, incluyendo ciudadanos comunitarios del Mediterráneo. 

Coherente hasta la médula, la trayectoria de este político de Vic se remonta a la época en que batía sus armas y sus paranoias en las filas del partido llamado de Fuerza Nueva, de conocida filiación fascista, que se decía heredero a machamartillo del franquismo y que dirigió Blas Piñar. Seguro que si en aquel momento alguien la hablaba de Catalunya, la reacción habría sido violentísima. En 1989, y bajo las siglas de Frente Nacional, se presentó a las elecciones generales incluyendo en sus listas al tal Anglada. Fracasado su intento de ser alguien en Madrid, hoy aparece reciclado en el Nordeste de la Peninsula Ibérica, blandiendo su estandarte de xenofobia y exclusión en las ciudades de Catalunya, donde dispone de 17 concejales en nueve municipios.

Por ahí va, pues, la banda de Anglada, por los mismos derroteros que hoy siguen sus aguerridos colegas de La Liga Norte Italiana o del Vlaams Belang en Bélgica. Son la misma tropa excluyente que en Lombardia y en Flandes brama contra el diferente, contra el inmigrante, contra el que no se ajusta a su modelo identitario. Evidentemente, por fortuna, y aunque la banda de Anglada lleve ese nombre, Catalunya es sin duda mucho más que las huestes de quien espureamente utiliza el nombre de la tierra que vio nacer a Salvador Espriu, Jaume Vicens Vives o Antonio Gaudí, entre otros muchos que la dignifican y prestigian. Lo que sorprende, irrita y desconcierta es que el Ayuntamiento de la ciudad de Vic, gobernado en coalición por el centro (CiU) y por la izquierda (Ezquerra Republicana y Partit dels Socialistas de Catalunya-PSOE) asuma los postulados del partido de Anglada y prohiba el empadronamiento de los inmigrantes simplemente por el hecho de que están pendientes de normalizar su situación en el pais. Si en nombre de la identidad se hace algo así, algo podrido aflora, cuando se manipula, en torno a ese concepto. 

Si tienen oportunidad, lean ustedes la obra coordinada por Levis-Strauss, L'Identité. Paris, Presses Universitaires de France, 2007 (reedición). Toda una lección de seriedad y sentido común a partir de lo que el conocimiento científico aporta sobre el tema. 


13 de enero de 2010

Los que apoyan la entrega del Sahara Occidental a Marruecos omiten muchas cosas mientras tergiversan otras. En respetuosa respuesta a Don Máximo Cajal



Era previsible que, tras la experiencia vivida a raiz de la huelga de hambre de Aminetou Haidar en territorio español, la cuestión del Sahara Occidental iba a cobrar nuevos bríos y suscitar un debate que, oculto durante mucho tiempo, emerge ahora con fuerza para poner al descubierto las posturas no siempre coincidentes que existen en la sociedad española sobre un tema tan sensible. La polémica no ha hecho más que comenzar, aunque es probable que tenga un recorrido largo ante el cariz que están tomando los argumentos esgrimidos por quienes consideran que lo mejor que le puede pasar a ese territorio irredento es que pase a formar parte definitivamente de Marruecos porque, según ellos, es la opción que más conviene a los intereses españoles.

De todas las opiniones vertidas en esta línea, la que mayor consideración me merece hasta ahora es la expuesta por Don Máximo Cajal, que la ha manifestado en el diario El Pais (11.Enero.2010) en un artículo que no debe pasar desapercibido. No es cualquiera el Sr. Cajal. Es embajador de España, representante de nuestro pais en Guatemala cuando se produjo en Enero de 1980 el asalto de la embajada, y una persona estrechamente vinculada al Partido Socialista e inequívocamente comprometido con la causa de los derechos humanos. Su opinión debe, por tanto, ser tenida en cuenta, tanto por la personalidad de quien la plantea como por la envergadura del tema planteado.

Sin embargo, y como es lógico, sus puntos de vista no están libres de la crítica que razonablemente puede hacerse en torno al argumentario por él desarrollado. Lo que defiende gravita sobre una idea básica y recurrente: no siendo Argelia un país de fiar, cualquier posibilidad de que el Sahara Occidental pueda ser un Estado independiente debe crear temor, pues sería un apéndice de Argelia, que pondría en peligro la estabilidad de Marruecos y las expectativas de Canarias como región española. Dicho de otro modo, puesto que hay que optar entre dos Estados dominantes, optemos por Marruecos, que es el que más nos interesa y del que nos fiamos plenamente. Marruecos forever. La realpolitik por encima de todo.
Sobre esta base descansa todo lo demás: el Sáhara Occidental nunca ha sido, según él, el germen de un posible Estado, se trata tan sólo de “250.000 kilómetros cuadrados de arenal en el bajo vientre marroquí” (sic), “la reivindicación saharaui es inviable” y "su identidad artificial", de modo que el hecho de que la RASD pase a formar parte de la Comunidad Internacional supondría “una amenaza añadida a las que ya ponen en riesgo la seguridad de España”, por cuanto lo que defiende Argelia “es contrario al interés nacional de España”.
Mientras su decantación por Marruecos frente a Argelia le lleva a recordar la época en la que este pais acogía a los movimientos independentistas de Canarias, algo que ocurrió en los años setenta y de lo que ya nadie habla (¿alguien en su sano juicio puede pensar actualmente en riesgos de independentismo canario, alentado por Argelia?), omite, sin embargo, la estrecha relación comercial (decisiva desde el punto de vista energético) y de normalidad política que ahora existe con ese país, así como los numerosos y reiterados chantajes y desplantes practicados por Marruecos frente a todo lo que tenga que ver con la presencia española en el Norte de Africa. La vecindad con Marruecos, como bien sabemos, siempre ha sido muy complicada y nunca ha ofrecido garantías de seguridad con perspectivas duraderas. De eso he hablado ya varias veces en este blog.
Tampoco menciona el Sr. Cajal de qué manera se apropió Marruecos del territorio saharaui en 1975, evita toda referencia a la dimensión e importancia de las riquezas naturales de que dispone ese espacio (¿habría Marruecos hecho lo que ha hecho si se tratase sólo de un arenal improductivo y de una costa sin uno de los bancos de pesca más importantes del mundo?) y, lo que es más sorprendente en un diplomático, no alude una sola vez las resoluciones de Naciones Unidas sobre el problema ni al hecho de que en estos momentos ningún país del mundo reconoce la soberanía marroquí sobre el territorio del Sahara Occidental. Bien es verdad que, en un alarde de sinceridad, admite que le gustaría que Marruecos fuera un Estado más garantista en materia de derechos humanos y que la autonomía ofrecida al Sáhara “solamente es creíble, y por ello aceptable, en un régimen de auténticas libertades”, que, desde luego, y él mismo lo reconoce, no se da.
Entonces, ¿en qué quedamos?. ¿Qué criterios deben primar a la hora de definir lo que ha de ser el Sahara Occidental, cuyas perspectivas como Estado no difieren de las que tenían la mayor parte de los Estados africanos antes de la independencia?. La contradicción, muy condicionada por el maniqueismo obsesivo que sustenta la argumentación, acaba primando en la postura defendida, aunque, a la postre, acabe irritando, y mucho, cuando el sr. Embajador, en un alarde de ignorancia (quizá más que de inhumanidad), se permita decir que, debido a la ayuda del vecino argelino, “desde hace más de tres décadas, (Argelia) permite que en su interior malvivan las decenas de miles de saharauis acampados en Tinduf”. Como si los campamentos de refugiados fueran una opción a la que Argelia ha obligado en vez de un exilio forzado por una ocupación ilegal y vejatoria que sume a todo un pueblo en la mayor de las ignominias, en contra precisamente - lo que para un diplomático no debiera ser cuestión baladí - de la legislación internacional.

7 de enero de 2010

La barbarie urbanística se apodera de Valencia. Atención a la tragedia que se cierne sobre el histórico barrio de El Cabanyal



Lo que está ocurriendo en Valencia supera todo lo imaginable. La ley al servicio del negocio y los intereses ocultos. La arrogancia enfrentada a la cultura y a la sensibilidad. Nadie que defienda la honestidad y la ética pública debe ignorar el alcance de la medida adoptada por el gobierno de Francisco Camps (¿les suena, no?, ¿para qué decir más que no se haya dicho ya de ese contraejemplo de la política digna?) contra la decisión adoptada por el Ministerio de Cultura de España que, en cumplimiento de una sentencia del Tribunal Supremo, ha decidido paralizar el proceso de “expolio y destrucción del barrio de El Cabanyal” de la ciudad de Valencia, catalogado como Bien de Interés Cultural por la Generalitat valenciana en 1993.
Aunque no hace mucho ese mismo gobierno consideró un disparate el Plan de demolición defendido con uñas, dientes e intereses de toda laya por la alcaldesa Barberá, hoy miserablemente se pliega a ella y en un alarde de arrogancia más que sospechoso decide, mediante un decreto-ley urgente, enfrentarse al acuerdo del Ministerio y al Tribunal Supremo para, autorizando el derribo de los 450 edificios amenazados, arropar sin rubor un Plan rechazado por el Colegio Superior de Arquitectos de España, la Real Academia de la Historia y las más prestigiosas asociaciones culturales de la Comunidad Valenciana, digna de mejor suerte. ¿Qué intereses encubre esa reacción y el impúdico argumentario que la sustenta, defendido por la portavoz del gobierno autónomo sin atreverse a levantar la vista del suelo?. Una vez más se echa de menos la opinión sobre la politica urbanística de esta ciudad por parte de Santiago Calatrava, al que tanto quieren los que esto hacen.






¿Qué diría, en cambio, el gran Joaquin Sorolla si levantara la cabeza y observara lo que esa gente que hoy manda en su tierra ha hecho y pretende hacer con el espacio urbano en el que tan brillantemente se inspirara el pintor de la luz para dar a conocer a esa Valencia que hoy, a través de sus dirigentes, le humilla sin piedad?. Ay, Valencia, ¿qué ha quedado de aquella Valencia de Joan Fuster o Manuel Vicent?. ¿Qué de la memoria evocada por Antonio Sanchís en una obra premonitoria?




Infórmense del tema, por favor, en España y en el mundo. No lo pasen por alto. La cuestión es gravísima. Observen cómo se sigue haciendo urbanismo en España. Observen la ínfima calidad que en algunas ocasiones ofrece la forma de hacer política.


Infórmense e informen a quien pueda interesar. Corran la voz, difundan el mensaje. Que no quede impune tamaño disparate, que tanto deteriora la imagen y el patrimonio cultural de nuestro país.

La Comunidad valenciana autoriza los derribos de El Cabanyal

Donde la voracidad y la incultura tratan de campar a sus anchas

5 de enero de 2010

No es ésta la Cuba que muchos deseamos

Cartel animando a la construcción del terraplén que une la isla con Cayo Guillermo


Unos con mayor rapidez, otros con cierta lentitud y reservas, lo cierto es que, a la postre, cada vez son más numerosos quienes están cayendo, al fin, en la evidencia, y sin paliativos, de que Cuba ha acabado siendo un barco a la deriva, una balsa admirable, aunque resquebrajada y dolorida, que gira ensimismada en un incesante torbellino, del que no sabe salir y que puede acabar engullendo a todo un pueblo y poniendo fin a toda la admiración que en algún momento pudo suscitar el nombre de la que Cristóbal Colón calificó como "la isla más hermosa".

Cuesta aceptar los argumentos que todavía aparecen de cuando en cuando para justificar las características del régimen cubano. Admitamos que la Revolución, que acaba de celebrar su 51 aniversario, ha llegado en algun momento a ofrecer en su balance logros sociales importantes, que la han convertido en un país singular dentro de la América más pobre y más sumida en la desesperanza. La sanidad es uno de ellos, quizá ya el único que sobrevive porque se ha convertido en el emblema al que asirse para seguir manteniendo el orgullo derivado de una experiencia revolucionaria que, si en algún momento ilusionó al mundo, hoy se muestra como una mercancía difícilmente defendible y, menos aún asumible.
En cambio, las referencias de que disponemos ya no hablan de una educación merecedora del reconocimiento que en otro tiempo tuvo, quienes recientemente han paseado por La Habana observan que los cubanos ya no se dirigen al viandante para venderle cosas sino para pedir dinero, es decir, limosna, mientras en lugares de ocio que hace unos años atraian por su calidad y su música, hoy se encuentran dominados por la triste imagen de las "jineteras". La economía está sumida en el abandono y la ruina (Cuba importa el 80% de los alimentos que consume) y, de no ser por las empresas europeas en el sector turístico o por las condiciones ventajosas que Venezuela concede a la importación de petróleo, el país se aproximaría a la bancarrota en muy poco tiempo.

Sin embargo, el problema no reside solo en la incompetencia de una administración para recuperar el pulso de la actividad económica, que de ninguna manera puede atribuirse ya a los efectos del bloqueo norteamericano, pues, salvo Estados Unidos, ningún otro pais del mundo lo practica, sino en la falta de libertad, en la sensación de asfixia que se experimenta cuando la sospecha, la vigilancia, el control o la represión marcan las pautas de la vida cotidiana para quien discrepa de la línea política dominante, hoy en manos de un dirigente incompetente y cerrado en el bunker de sí mismo llamado Raúl Castro. Un bunker sin ventanas que no admite contestaciones ni advertencias.

Nada se mueve en Cuba que vaya acompañado de aires de libertad. No me detendré en las numerosas muestras que así lo ratifican. Pero lo ocurrido recientemente clama al cielo: a Luis Yánez Barnuevo, eurodiputado socialista española, y a su esposa, Carmele Hermosín, parlamentaria del mismo grupo, se les ha vetado la entrada en la isla., a la que se habian desplazado para hacer turismo. Que yo sepa no hay argumentos que respalden oficialmente esta prohibición, absolutamente arbitraria e inconcebible. Habrá que esperarlos, en el caso de que los hubiera, aunque me temo que le será muy difícil al gobierno cubano justificar una decisión así ante la comunidad internacional. Se les acusará de que iban a hablar con la disidencia, y que eso no está permitido, y menos aún a un político en activo. ¿Y qué de malo tiene eso, cuando la oposición existe, porque en una sociedad moderna es políticamente necesaria y nada ni nadie la podrán erradicar?

Seamos sinceros. ¿Es justo criticar a Cuba, que con su Revolución marcó un hito en la historia de los pueblos oprimidos?. Naturalmente, es justo e inevitable. ¿Quién puede estar ajeno al ejercicio saludable de la crítica, que ayuda a descubrir los errores, a poner en evidencia las contradicciones y a mejorar la evolución de los procesos históricos?. Que nadie me venga con el argumento de que criticar al régimen cubano es reaccionario, porque no lo es. Cuando un país reprime la critica interna y sanciona la que le pudiera llegar de fuera, no es un país celoso de su soberanía, sino un país dominado por el miedo. Por el miedo a la libertad. La antesala de su derrumbe.

1 de enero de 2010

Los ríos que nos llevan

Rio Duero a su paso por Tordesillas

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¿Podemos entender nuestra vida sin la referencia a los ríos de los que forma parte?. ¿Hasta qué punto nuestros recuerdos más apetecidos no se identifican con los cursos de agua en los que nos miramos e incluso nos sumergimos alguna vez para tener la sensación de que nos pertenecían como algo inseparable de nuestra visión de la naturaleza y del ocio más placentero?. Aunque ya no los tengamos próximos, jamás se desprenderán de nuestra memoria, entre otras razones porque difícilmente seríamos nosotros mismos sin aquellos recuerdos que nos evocan satisfacciones, riesgos, conversaciones a su vera, zambullidas esporádicas, perspectivas incansables al atardecer o a cualquier hora del día. Rios de nuestra infancia, rios de nuestra vida, ríos que vamos descubriendo al compás de nuestros viajes. En cualquier caso, “los ríos que nos llevan”, tal como los definió José Luis Sanpedro en aquella novela memorable sobre los ríos madereros.
Me imagino a Luis Antonio, que nunca olvida en sus sueños las aguas del Guadalope, el modesto afluente del Ebro que en su historia vital tanto representa, mientras en su imaginación fluyen las aguas del Turia y del gran río que acaba en el Delta del Ebre, arrobado ante el descubrimiento del inmenso Paraná en su reciente viaje a Rosario, tras haberle sido presentado por Maracuyá, entusiasta admiradora de ese caudal inimaginable, que la vista, por más que lo intente, no consigue abarcar y que nos conduce al Rio de la Plata, al que Abuela Ciber, Marga y Silvia Reikijai cantan con más frecuencia y entusiasmo de los que parece. Supongo, y creo que acierto, las nostalgias que producen en Miguel Ángel sus lejanas experiencias, y aún frescas, a la orilla de los ríos palentinos, aunque nunca olvidará sus correrías dentro y fuera del Valdeginate, del mismo modo que cabria entender el placer de Diego al cruzar el Sequillo en Medina de Rioseco, mientras mentalmente compone otra de sus grandes piezas para piano, el cabreo de Carlos por lo que han hecho con el Zapardiel en Medina del Campo, que de vez en cuando trata de compensar echando un vistazo al Guadiana en Ayamonte, o la fascinación de Cornelivs cuando de pronto se topa con los meandros del Guadalquivir en Montoro, tras abrirse paso en los sorprendentes campos de Jaén. Seguramente no será la misma que la que experimente Borja al recordar la torrentera del río Machángara en Quito, que nada tiene que ver con el Pisuerga, que tanto atrae, en cambio, a Vallisoletano, siempre dispuesto a destacar lo que de bueno tiene la ciudad que vio nacer a Jorge Guillén. Y atracción es lo que siempre ha sentido Cecilia cuando, desde su balcón, contempla el Manzanares, a pesar de que en Madrid ha dejado de ser lo que era, de lo que tantas veces se lamenta Isabel cuando recorre los lugares más apetecibles de la villa que tantas experiencias inspirara a Don Benito Pérez Galdós.

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Y qué decir de los esfuerzos denodados de Fuensanta Clares por imaginar un Segura impoluto en el que mirarse tal cual es, a semejanza de lo que Laura pudiera sentir ante la imagen actual del Serpis, enteco y bastante desnaturalizado, que a menudo difumina al tratar de no perder de vista esas fotografias tomadas antaño junto al Esla, rio de grandes proyectos y majestades hidroeléctricas. Es más o menos la reacción que muestra Montse al divisar la magnitud de ese Tajo, que se resiste a ser domado, y que para ella representa libertad y poderío. Entre tanto, complacida con su entorno, Angela se asoma al Sella o a cualquiera de los enérgicos caudales asturianos, mientras Antònia se lamenta de que las aguas del Segre no fecunden los atroces secarrales del Sahara.
Jamás se avergonzará Zorro de Segovia de los rios que avenan esa provincia, donde el Eresma, el Clamores y el Duratón deslumbran la vista, y que en nada desmerecen por su belleza y sutilezas miles de los grandes caudales europeos, que le llevan, cuando los ve, a acordarse de esa obra prodigiosa que es el Canal de Castilla. Incluso Merche y Diana, mis amigas de Baleares, donde las aguas no lograr construir cursos estables, saben bien de esos ríos que de cuando en cuando frecuentan, allí donde sea, y que en su mente dibujan con exquisito trazado. Es lo que suelen hacer Josep y Miguel con la destreza que les caracteriza. El primero se imagina un Llobregat limpio y reluciente, digno de los lugares que atraviesa, mientras el segundo se conformaría con lograr que el Mijares fuese más conocido fuera de Castelló y, a ser posible, más admirado. Ay, los ríos del Mediterráneo, cuántas leyendas les acompañan. ¿Qué nos diría Nor, con su imaginación y elocuencia, de lo mucho que para ella ha representado el Xúquer, sin el cual no podría entenderse una parte importante de la provincia de Valencia?. Sí, ese Júcar que vemos nacer altivo en Cuenca, que se expande largo como él solo, y que se hace perezoso al llegar a la costa, salvo que la gota fría llame a arrebato.
Cada uno tiene su visión, cada cual su perspectiva, que nunca será idéntica a la del otro, porque, más allá de sus perfiles objetivos, los rios siempre deparan percepciones subjetivas. Mientras contemplo al Duero y al Pisuerga más bravíos que de costumbre, lanzo estas referencias para ejemplificar en unos cuantos amigos de esta sala virtual las reacciones que puede deparar la contemplación de un río en el que se perciben los ciclos de la naturaleza en su incesante secuencia anual. Todo fluye, nada permanece, aunque el mundo que los ríos vivifican o perturban nunca logrará desprenderse de ese espejo en el que se miran para sentirlo como prueba esencial de su autenticidad.

Y lo hago también tras haber leido el excelente texto con el que Javier Reverte nos deleita en la prensa, a través de sus impresionantes experiencias viajeras, en las que los ríos ostentan un protagonismo esencial.

¿Cuál es tu río?, ¿con cuál te identificas?. Aunque es seguro que todos tenemos más de tres que nos dicen muchas cosas, como aquel Duero que describía Gerardo Diego a su paso por Zamora, aunque la ciudad, "indiferente o cobarde, le volviera la espalda". No es esa la actitud que una y otra vez pone en evidencia Juan Navarro, fascinado por la mansedumbre que el río de oro (de ahi lo de Duero) despliega y que no puede apartar de sus recuerdos castellanos, como es lo que a mí me sucede cuando diviso la vega duriense a los pies de Tordesillas y pienso en que, en efecto, "nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar".
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