7 de abril de 2008

Castilla en la obra de Joaquín Sorolla

Durante dos meses la exposición “Sorolla y Castilla” ha sido una de las citas culturales más destacadas de Valladolid en mucho tiempo. Aunque ya ha sido clausurada, conviene dejar constancia de la calidad de la muestra, donde se han recogido obras inolvidables del gran pintor valenciano, capaz de interpretar y plasmar como pocos la variedad de los paisajes de España, tal y como se presentaban a la mirada, siempre curiosa y ávida de matices e impresiones, del artista en la primera década del siglo XX.
Traigo aquí esta reflexión, a modo de recuerdo, no como experto en arte, que no lo soy ni lo pretendo, sino como seguidor ferviente de la inmensa obra pictórica de Joaquín Sorolla, que en su recorrido por tierras castellanas nos legó no sólo algunas de las manifestaciones más brillantes de su talento, sino la sensibilidad para entender esos paisajes, envueltos y matizados por luces distintas a las de su mundo mediterráneo.
Nos revela una de sus cualidades más asombrosas: esa capacidad para transmitir la importancia de la luz en la identificación de lo que percibe e interpreta. Contemplar las imágenes de Ávila, de Burgos, de Segovia o de Toledo evoca perspectivas que nos siguen siendo familiares pues, vistas desde la época en que Sorolla las dejó plasmadas en el lienzo, reflejan esa estrecha trabazón entre el cielo, la tierra y quienes la habitan, y que en nuestros días podemos todavía percibir cuando recorremos los lugares que quedaron inmortalizados para siempre por quien en todo momento y lugar supo apasionarse con lo que veía y con lo que acababa identificándose.
Imagen: la Catedral de Burgos un dia de nieve (1910)

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