27 de febrero de 2006

Un recuerdo y un símbolo de libertad

Sucedió en Valladolid hace ya tres décadas, y, a pesar del tiempo transcurrido, permanece todavía lúcida en la memoria de quienes la compartimos la experiencia vivida cuando José Ramón Recalde pronunció una conferencia sobre “ Derechos Humanos y Sociedad Democrática” en la Facultad de Derecho. No hace mucho tuve ocasión de comprobarlo cuando, a comienzos de este año, salió a relucir la evocación y el significado de aquel acto en una agradable conversación mantenida con uno de sus hijos, con motivo de su presencia en nuestra Universidad como profesor invitado en uno de los Cursos del Centro Buendía.
Según me dijo, habían sido muchos los testimonios recibidos sobre el alcance que las palabras pronunciadas por su padre habían tenido en el recinto vallisoletano a finales de los sesenta, cuando la intervención del entonces joven jurista constituyó un soplo de libertad y una prueba de rigor intelectual de los que tan necesitado se encontraba el mediocre ambiente universitario de la época. No fue, en principio, un acto sencillo ni cómodo para sus organizadores. La tozuda resistencia del rector de entonces, habituado a reprobar con su conocida petulancia cualquier atisbo de crítica a la dictadura declinante, supuso un obstáculo que dilató en varias semanas la celebración de la iniciativa, finalmente posible merced a la firme actitud del Decano de Derecho, profesor Rubio Sacristán, que una vez más hizo gala de su honestidad intelectual y de su inequívoca libertad de pensamiento.
En realidad, se limitó, lo que no era poco en aquella situación, a autorizar la iniciativa propuesta por un activo grupo de alumnos universitarios del que, entre otros y como preludio de los prestigiosos profesionales que habrían de ser al cabo de los años, formaban parte destacada Gaudencio Esteban, Juan José Solozábal, Jorge Letamendía, Luis Arroyo y, cómo no, el inolvidable José Luis Barrigón.
Habituado a tomar notas de cuanto considero merece la pena, aún conservo fidedigno el testimonio de algunas de las opiniones y de los argumentos expresados por Recalde aquella tarde a lo largo de una intervención que se prolongó durante cerca de dos horas y media. Que yo recuerde era la primera vez que en la Universidad de Valladolid se aludía a ese tipo de cuestiones. Particularmente me viene a la memoria el impacto que, en un aula a rebosar, tuvieron sobre el auditorio dos reflexiones que, por infrecuentes en los foros académicos convencionales, resultaban tan novedosas como incitadoras del debate que comenzaba tímidamente a insinuarse en la vida política española.
Tras hacer alusión a lo que podría suponer en España la necesidad de garantizar con ciertas posibilidades de éxito el tránsito a la democracia, más allá de las confrontaciones sociales, sobre los fundamentos de una Constitución apoyada en el consenso y en la reconciliación, insistió con fuerza en la convicción de que el afianzamiento de un régimen de libertades era inseparable de una solución decidida del problema vasco, consciente de que, de no ser así, el proceso desembocaría en una situación de inestabilidad y de riesgo para la supervivencia de un sistema democrático fuertemente condicionado en sus orígenes por la dilatada duración del régimen franquista. Evocadas ahora, ambas aparecen como ideas premonitorias de una realidad que, en líneas generales, ha ido evolucionando por los derroteros presagiados por Recalde, lo que no era si no la demostración de una gran perspicacia política y de una profunda sensibilidad por cuanto afectaba a la compleja realidad del País Vasco, que por entonces emergía como un problema del que muy pocos como él eran tan conscientes ni se mostraban tan alertados de sus implicaciones futuras.
Traigo a colación estos recuerdos y vivencias, conmocionado por el intento de asesinato de José Ramón Recalde y movido también por el deseo de situar aquel lejano acontecimiento ocurrido en Valladolid en la doble perspectiva que me lleva a valorarlo ahora no sólo como un homenaje a un demócrata ejemplar, sino como la expresión de la vertiente simbólica que encierra su figura en el panorama de extorsión y barbarie que está quebrantando el funcionamiento de la sociedad vasca y perturbando sin cesar la vida política española. Quien conozca lo que significa el matrimonio Recalde-Castells en Euskadi, y sobre todo en San Sebastián, podrá entender bien la idea que deseo subrayar.
Si la trayectoria de José Ramón ejemplifica sin paliativos el sentido de la coherencia marcada siempre por una voluntad de lucha insobornable a favor de la libertad y de la tolerancia, en las mismas premisas se desenvuelven los esfuerzos llevados a cabo por María Teresa Castells como artífice de un proyecto cultural progresista (la librería “Lagun”, situada en la Plaza de la Constitución donostiarra), frente al que se han cebado, con la maldad propia de los intelectualmente miserables, quienes, desde la ultraderecha ayer o desde el nacionalismo fascista en nuestros días, consideran a la libre expresión de las ideas como la diana hacia la que proyectar su fanatismo y brutalidad. Por eso, atentar contra lo que esta pareja significa supone el más alto grado de perversidad hacia el que podía orientarse el terrorismo, precisamente porque en el centro de sus acciones de muerte ha situado a los símbolos más representativos de la democracia y de la libertad, imponiendo así una escala de terror que desborda con creces los atroces perfiles de la agresión individualizada.
La intención de matar a Recalde se inscribe, efectivamente, en esa estrategia que desde el vil asesinato de Gregorio Ordóñez no ha tenido otro objetivo que la aniquilación de figuras altamente representativas de la democracia municipal, de la intelectualidad progresista y del empresariado: en suma, de lo mejor y más creativo de la sociedad vasca, de lo que en mayor medida la prestigia y avala en España y el mundo, nombres emblemáticos cuya relación se suma a la de cuantos, con idénticas cualidades y connotaciones, han sido víctimas de la violencia mortífera en innumerables puntos del país. Cuando se observa tamaña vesania, y su persistente reiteración, no es fácil resistirse a la sensación de abatimiento, miedo e incertidumbre, por más que a veces quede contrarrestada por las manifestaciones de repulsa y condena promovidas por la ciudadanía con la intermitencia que ocasionan los atentados. Es el reflejo de un sentir popular que progresiva e irreversiblemente ha ido ganando la calle para mostrar que, con el solo poder de la palabra o con la fuerza elocuente del silencio, somos siempre muchos más.
No es fácil hacer previsiones ni anticipar el rumbo de los acontecimientos, pero de lo que tampoco cabe duda es de que, cuando son tantos los pilares amenazados del edificio social, político y económico vasco, cuando un sector del nacionalismo democrático se rebela contra la destrucción implacable de sus elementos más valiosos y considera como suyos a todos los perseguidos por la vileza terrorista, y cuando incluso, de seguir así, el Partido Nacionalista Vasco corre el riesgo de romperse de nuevo, algo, más pronto que tarde, tendrá que moverse en la dirección adecuada. Y lo hará necesariamente de la mano de todas las opciones democráticas responsables (incluido un PNV renovado), de la inquebrantable movilización ciudadana y de cuantos, como Recalde, sigan enarbolando la bandera de la paz, de la tolerancia, de la libertad y del desarrollo frente a la desolación, la muerte, la tribu y la ruina.
(Publicado en El Norte de Castilla, 20.Septiembre. 2000)

7 de febrero de 2006

Valladolid y la industria del automóvil: una simbiosis sometida a prueba

Tres han sido, a mi juicio, los principales pilares que, engarzando el pasado con el presente, han logrado cimentar la personalidad y la proyección a gran escala de la ciudad de Valladolid. Sin menoscabar otros valores igualmente distintivos de su prestigio, es evidente que la Universidad, el ferrocarril y la industria del automóvil constituyen los emblemas más consistentes y vigorosos de la fortaleza y de la imagen vallisoletanas, sus símbolos más conspicuos. No hay que buscar entre ellos prelación alguna, pues cada cual, producto de su época y de las circunstancias que los impulsaron, obedece a momentos históricos diferentes, con lógicas específicas que han justificado su respectiva razón de ser y las particularidades de su trayectoria y de sus impactos tanto en el tiempo como en el espacio. Mas en los tres casos no es difícil percibir un rasgo que expresivamente los unifica y que permite entender la dimensión global de su propio significado, explicativo de la dependencia que se tiene de ellos. Es el que subraya su profunda imbricación en la dinámica integral de la ciudad, con la que han llegado a trabar una verdadera relación simbiótica hasta el punto de que resulta imposible concebir lo que habrá de ser Valladolid en el futuro al margen de lo que cada una de estas realidades pueda dar de sí.
En la primera década del siglo XXI estos tres baluartes del potencial vallisoletano se encuentran inmersos en una etapa decisiva de su historia, coincidente en todos ellos con la apertura de nuevos horizontes que van a suponer transformaciones cruciales con la consiguiente readaptación del peso que les corresponde en la trayectoria de la ciudad. Por lo que respecta a la Universidad, son numerosas las circunstancias que abundan a favor de la necesidad de adoptar estrategias innovadoras, acordes no sólo con los requerimientos a que obliga el acoplamiento al llamado Espacio Europeo de Educación Superior, que de hecho va a suponer una auténtica reconversión del sistema, sino también con las nuevas pautas inducidas por las exigencias de la sociedad y de las dinámicas a que dan lugar las actuales tendencias del desarrollo económico, social, cultural y territorial, con las que la Universidad asume un compromiso ineludible. Por otro lado, y de forma casi sincrónica, la relevancia de Valladolid como enclave ferroviario tenderá a reafirmarse al compás de la entrada en funcionamiento del ferrocarril de alta velocidad, que, aparte de las repercusiones urbanísticas a que pudiera dar lugar, contribuirá a afianzar aún más la centralidad geográfica de la ciudad, inevitablemente asociada a su progresiva consolidación como plataforma logística de primer nivel en el sistema circulatorio europeo. No en vano, las economías de escala de transporte así generadas van a traer consigo efectos multiplicadores con resonancia en el conjunto de la región y que habrá que valorar desde la perspectiva del reequilibrio territorial con que deben ser tratadas sus implicaciones.
Ahora bien, especial atención merece lo que haya de ocurrir con la poderosa dotación técnica y laboral vinculada a la fabricación automovilística. Planteado hace tiempo el debate sobre las amenazas que se ciernen sobre el sector, es evidente que la reciente tensión ocasionada en Valladolid por los ajustes llevados a cabo en la regulación del trabajo, como consecuencia de la situación crítica de mercado a que se ha enfrentado el modelo producido en la factoría de Renault España, ha sido un catalizador de las inquietudes que en todas las esferas (trabajadores, directivos, poderes públicos) no han dejado de poner al descubierto la enorme sensibilidad que suscita cuanto ocurre en la principal instalación industrial de la región y una de las más relevantes en España. Y si es cierto que esto ha sucedido siempre en todos los momentos en que, por una razón u otra, los síntomas de crisis hacían mella en el complejo fabril del que en este año se conmemora el primer medio siglo de existencia, a nadie se le oculta que la situación actual conecta con tendencias que no tienen ya tanto que ver con problemas coyunturales o de éxito comercial de un determinado modelo como con los procesos desencadenados en el contexto de la economía globalizada, especialmente incisiva en el comportamiento espacial de la actividad que nos ocupa.
Varios factores convergen, en efecto, para entender que no se trata de una crisis pasajera en “la industria de las industrias” como expresivamente la definió Paul Drucker. Nos encontramos en un momento en que al creciente atractivo de los países recién incorporados a la UE como espacios preferidos para la implantación automovilística transnacional, en la que algunos de ellos (Polonia, República Checa y Hungría) están tendiendo aceleradamente a centrar el aumento de sus posibilidades exportadoras y sus estrategias de internacionalización productiva, se suma los problemas inherentes a un sector donde el exceso de capacidad instalada deriva en una acentuación de la competencia provocada por la presión de aquellas firmas que en el mercado globalizado prefieren operar en un entorno de fabricación con mayores ventajas competitivas. Identificada, pues, como la actividad más propensa a la deslocalización, la situación se agrava en España por el hecho de que el país no ha logrado consolidar una industria automovilística propia, acentuando así la dimensión de las dificultades en momentos críticos como los señalados en el último informe de la ANFAC (Asociación Nacional de Fabricantes de Automóviles), con la alta dosis de vulnerabilidad que se crea cuando la estrategia depende de centros de decisión alejados de nuestro ámbito de responsabilidad. Y por más que éste sea un tema necesitado aún de muchas clarificaciones, hay que reconocer que el problema de la deslocalización se ha visto agravado en España por mor de una administración central que en los últimos diez años ha hecho dejación manifiesta de lo que debe ser una política industrial capaz, entre otros objetivos, de neutralizar los previsibles riesgos consecuentes a esta situación de dependencia foránea en un sector que representa nada menos que el 8 % del PIB y da trabajo a la décima parte de la población activa industrial. A falta, por tanto, de una estrategia industrializadora estatal de carácter preventivo e innovador frente a la deslocalización los esfuerzos desplegados por las Comunidades Autónomas han logrado en parte contrarrestar esta carencia pero en modo alguno podrán sustituir a lo que ante todo ha de significar una política de Estado, precisamente porque es a esta escala, con todas las estrategias de cooperación internas que se quieran, como de hecho se está abordando la cuestión en los grandes países europeos ante la posibilidad de verse afectados por la tendencia. Y es precisamente en el contexto de una política de industrialización efectiva donde cobra especial trascendencia de nuevo el valor de la interacción entre los tres factores – Universidad, accesibilidad y capacidad tecnológica - que permitirán mantener a Valladolid como esa potente ciudad industrial que nunca debe dejar de ser.

6 de febrero de 2006

Un soñador para un pueblo

Publicado en El Norte de Castilla el 21 de Febrero de 1998

Confío en que Antonio Buero Vallejo no ponga objeciones a la utilización del título de una de sus obras más celebradas para encabezar la reflexión sobre el homenaje (6 de Febrero de 1998) que la Universidad de Valladolid acaba de ofrecer a Millán Santos Ballesteros, una de las figuras más relevantes del Valladolid contemporáneo, aunque su impronta haya rebasado con creces el horizonte de nuestra ciudad. Con el acto celebrado en su marco más emblemático, el Paraninfo, la institución universitaria ha sabido poner de manifiesto la sinceridad de sus vínculos con la realidad social que la rodea. Ha reconocido también hasta qué punto las iniciativas que tienen que ver con la formación y la cultura no se limitan sólo a las celebradas dentro de los límites de su propio recinto sino que a la par cobran en él dimensión y fuerza las que de forma aislada o en grupo surgen de la sociedad y se proyectan en el entorno, lo vivifican, lo enriquecen y lo dan ese valor añadido que sólo puede provenir de una labor hecha a conciencia, con la sensibilidad y con el tesón de quienes, con la mirada puesta en unas metas tenazmente defendidas, saben sobreponerse a los sinsabores y desalientos que una labor así realizada, a menudo en la soledad del corredor de fondo, suele llevar consigo.
Millán Santos personifica todas esas cualidades y sin lugar a dudas simboliza como pocos lo que toda una vida de dedicación puede dar de sí cuando se es consciente del mundo en el que se vive y de la alta dosis de entrega que es preciso aportar para la consecución de un proyecto o un ideal en el que se cree por encima de todas las cosas. De ahí que haya sido muy acertada esta coincidencia, y no casualidad, que los organizadores del acto, profesores de la Facultad de Educación, han querido establecer entre la evocación científica de la obra de Paulo Freire y el reconocimiento a la trayectoria de un hombre que ha sabido aplicar, con frecuencia en solitario y luchando denodadamente contra el tiempo o en medio de la indiferencia, muchos de los valores que, fieles a la enseñanzas del ilustre pedagogo brasileño, acreditan la trascendencia de esa mezcla de arte, sacrificio y honestidad intelectual que, en palabras de Francisco Ayala, confluyen en el admirable ejercicio de la enseñanza. Pero cuando se trata de enjuiciar lo que realmente supone hoy el balance aportado por Millán, la valoración desborda con amplitud el marco de un acto meramente académico, para abrirse a los tres horizontes hacia los que, a mi juicio, se ha encaminado una tarea de tantos y tantos años.

- En primer lugar, los perfiles de su obra se identifican con la defensa permanente, casi obsesiva, de algo tan en crisis en hoy, pero tan encomiable siempre, como es la dedicación a la enseñanza, al esfuerzo que implica la educación concebida al servicio del desarrollo integral del conocimiento y de la dignidad del ser humano. Luchando contra la corriente que prima la inmediatez, o los resultados a corto plazo y a toda costa, el mérito de Millán ha consistido en demostrar que pocos cometidos son tan meritorios como los que se relacionan con el afán de efectuar honestamente la transmisión organizada y coherente del saber, con ese interés que enaltece al buen profesional de la docencia y le aproxima al alumno a través de un proceso de comunicación mutua del que, a la postre, derivan tantas complacencias y satisfacciones.
Pero, lejos de ser una tarea mecanicista, sujeta a estereotipos o a meras fraseologías banales que tratan de enmascarar la inconsistencia del fondo mediante la estéril simplificación del método, la tarea del educador, sea del nivel que sea, desde la Escuela hasta la Universidad, se fundamenta en dos pilares que deben estar sólidamente asentados: de un lado en la propia solidez formativa de quien desempeña esta responsabilidad, apoyada en la reflexión serena y rigurosa de cuanto le concierne para saberlo transmitir con claridad y eficacia; y, de otro, en la firme convicción de que, educando, se fortalece el espíritu crítico del individuo, se le capacita para enfrentarse a la realidad, se le involucra en una sociedad con todas sus posibilidades, virtudes y contradicciones, se le prepara, en fin, para hacer de él un ciudadano testigo de la época que le ha tocado vivir y sensible al entorno social y cultural en que se inserta.
- en segundo lugar, y en perfecto encaje con este planteamiento, la obra de Millán sintoniza con la de quienes atribuyen a la educación la capacidad para hacer frente a los riesgos de la exclusión y la marginalidad. Son muchas, en efecto, las voces que tanto en el mundo de la opulencia como en el del subdesarrollo se alzan a favor de estas posturas, convencidos de que, parafraseando a Celaya, la formación Aes un arma cargada de futuro@. Un futuro contrario a la mayor miseria de todas, que es la de la ignorancia, la de la alienación, la del embrutecimiento, la de la ineptitud para la crítica consciente, la de la imposibilidad de acceder a algo tan gratificante como son las fuentes, plurales y siempre enriquecedoras, del conocimiento. Cuestionar las diferencias que el camino hacia el disfrute del saber impone a nuestras sociedades desde la cuna se convierte así en el testimonio más lúcido de las demandas a favor de la igualdad, pues es imposible que las sociedades evolucionen si no lo hacen en un contexto de educación para todos, y sobre todo de una buena educación para todos sin excepciones de ningún tipo. En un mundo lleno de conquistas y de avances científico-técnicos de toda naturaleza ésta sigue siendo todavía una reivindicación insatisfecha, una ilusión que algunas califican de utópica, otros de imposible, los más de costosa o ajena a los paradigmas de la rentabilidad. )Qué hacer en estas circunstan­cias?, )cómo oponerse a lo inexorable?. Millán, teniendo muy claro desde el principio lo que hacía, supo dar hace muchos años la respuesta correcta. Si, citando de nuevo a Machado, sólo se labra el camino cuando se anda o el ojo existe porque nos ve, la opción asumida no podía ser otra que la que le llevó con, decisión y firmeza, a afrontar el desafío, ligero de equipaje como el poeta pero, eso sí, con la mochila henchida de proyectos, de ideas, de ilusión y de entusiasmo, a sabiendas de la incomprensión y menosprecio al que se enfrentaba, pero también previsor de que, atento a la empresa o atraído hacia ella, no tardaría en contar con el respaldo de un pueblo que comenzaba a percibir la esencia de su realidad y las contradicciones en que podía quedar sumido su destino.

- ese era el pueblo que habitaba en el barrio de Delicias, en el profundo sureste de la ciudad de Valladolid, de la tremenda ciudad de Valladolid, de los años sesenta. Y aquí llegamos, para terminar, al tercero de los aspectos que otorgan significado a la obra de Millán. ¿Cómo entenderla al margen del tiempo en que se produjo y del espacio hacia el que se proyectó?. Nada hay de vago, de evanescente o de artificial en la labor comentada. Hijo de una época, será también vigía permanente y sin fisuras de su territorio. Tareas, desde luego, nada fáciles ni en la una ni en el otro. Valladolid sigue siendo hoy una ciudad compleja, bastante heteróclita en su estructura, no exenta de insuficiencias en la organización de algunos de sus elementos constitutivos. Mas nadie ignora la intensidad de su metamorfosis y el esfuerzo gigantesco de quienes desde 1979 la han gobernado y la gobiernan para hacer de ella un ámbito de convivencia, de calidad y de bienestar en provecho de una sociedad integrada y consciente de vivir en un espacio donde nadie deba sentirse forastero. Casi ninguno de estos rasgos definían a Valladolid cuando Millán decidió acometer la regeneración cultural en un barrio con raiz histórica pero inequívocamente marginal, como lo eran sin excepción todas las piezas urbanas que emergen por entonces en los bordes de la ciudad tradicional, marcando con ella una ruptura prácticamente absoluta. Tanto es así que la única posibilidad de integración pasaba necesariamente por la búsqueda de alternativas endógenas, sustentadas en la propia creatividad, capaces de sortear el abismo existente entre la ciudad y sus barrios, y sembrando la semilla que habría de germinar en una de las experiencias de educación de adultos más acreditadas de España. Lo sucedido me recuerda la frase de aquella estrofa de Zitarrosa cuando dice "el valor todo lo puede, hay que tener confianza, y lo que el valor no puede lo ha de poder la esperanza".
Pero lo cierto es que tampoco resultaba sencillo semejante empeño, pues la realidad social que comenzaba a emerger adolecería de falta de cohesión y de sentimiento de pertenencia a un espacio compartido. Era una sociedad atomizada, fragmentaria, atraída laboralmente por el señuelo de la gran ciudad y afanada en la búsqueda prioritaria de la vivienda. Con estos mimbres y en un contexto así, Millán, y con él quienes secundaron su iniciativa, emprendieron con tanta voluntad como falta de medios el proceso de dignificación del barrio de las Delicias, que no tardando mucho se convertiría en la iniciativa experimental que emularon otros espacios periféricos, hasta liderar un proceso de recuperación que en buena medida ha contribuido a cimentar las bases del Valladolid moderno, propiciado ya por el margen de expectativas que abre a finales de los setenta la democratización del Ayuntamiento y la serie de ventajas y sensibilidades que ello traerá consigo.

Sería largo analizar todo el proceso y seguramente muchos detalles quedarían en el olvido o tal vez minimizados. Pero de lo que no cabe duda alguna es de que la historia del barrio de Delicias, que es como decir la historia del Valladolid contemporáneo, no puede escribirse sin conceder un epígrafe destacado a la figura de Millán Santos y a cuantos como él supieron vencer las tinieblas y ayudar a muchas gentes, de todas las procedencias, edades y condición, a descubrir la luz de la cultura y las satisfacciones que depara el sentirse auténtico ciudadano. La sociedad debe estar agradecida por la labor realizada y la consistencia de sus cimientos. En cuanto a mí, sólo se me ocurre hacer mío el verso de una canción que en cierta ocasión oí entonar en una espléndida calle habanera y que decía aquello de que "cuando sientas tu herida sangrar, cuando sientas tu voz sollozar, cuenta conmigo”.
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